Mi lista de blogs

sábado, 21 de agosto de 2010

Me encanta masturbarme

Gozar. Sentir placer, experimentar suaves y gratas emociones. Una de las formas de gozar es masturbar, practicar la masturbación, estimulación de los órganos genitales o de zonas erógenas con la mano o por otro medio para proporcionar goce sexual.

Me gusta masturbarme. Miento. Me encanta. Lo hago mucho y con frecuencia. Y lo hago desde hace años. Más de la mitad de mi vida masturbándome casi a diario.

A veces pienso que es como un vicio. Para mí, sentir ese picorcillo placentero es… como darle una calada a un cigarro. Solo que más sano. Nunca me he planteado dejar de hacerlo. Sería como dejar de respirar. Los hombres y las mujeres nacimos con órganos sexuales y hay que utilizarlos. Para eso están. En pareja, sin duda, se les saca un gran partido, pero no solo sirven para eso, ni mucho menos. Si tienes hambre, comes, y no necesitas que sea tu plato favorito. Para mí, masturbarme es casi mi plato favorito. Sin desmerecer a los postres, claro. A veces, fantaseo con un permanente estado de excitación. Mi vida dominada por un placer imperecedero.

Cuando estoy salido, jugar con mi polla da sentido a mi vida. Es algo que va más allá de la razón, es como el amor, algo imposible de explicar. Es una presión en el pecho, un palpitar en el corazón, una inquietud considerable, casi nerviosa, que no te deja dormir, que solo te abandona cuando has superado el orgasmo, cuanto más cansado, mejor. Es la mejor forma de acostarse, sin duda, de conciliar el sueño y caer a pierna suelta, dormir plácidamente hasta el día siguiente.

En otras ocasiones sucede cuando me levanto, y entonces es peor, pues la excitación se mantiene todo el día. Especialmente si no tengo ningún plan y puedo estar en casa, solo o no, pero mejor solo. El aburrimiento se convierte en contraproducente, las zonas erógenas reaccionan a sensaciones que eran antes imperceptibles, la necesidad de desnudarte y liberar tensiones acumuladas, se eleva a la enésima potencia, hasta que el cerebro se colapsa, transido por la feroz necesidad de tocarme, pensando única y exclusivamente en masturbarme, centrados los sentidos en lograr que cada minuto sea más placentero que el anterior, todos los músculos en tensión, de las piernas al torso, el tronco, movimientos automáticos transmitidos de generación en generación, frutos de un aprendizaje inconsciente, perfeccionado día a día, acto a acto, paja a paja, destinado alcanzar un fin tan esperado como indeseado, el fin de un ascenso, el orgasmo. Y como aún es por la mañana, estoy salido, y todo ha sido tan perfecto, intenso, relajante, quedo con una sensación a la par satisfecho e insatisfecho. Todo ha acabado ya y es el momento de descansar, de dormir, de ver el televisor, pues muy pronto todo va a empezar de nuevo, y el cuerpo tiene que estar dispuesto. Aún queda un largo día por delante y el despertar ha sido de ensueño.

La masturbación es un tabú social cimentado en el transcurrir de los tiempos, insondable, enraizado en nosotros tan profundamente como para que sea imposible admitir en público que se practica, y muchos menos a practicarlo públicamente. La realidad es bien distinta. Todos y todas nos masturbamos. Con diferente frecuencia e intensidad, es cierto, ocupando también un lugar más o menos importante o central de nuestras vidas. Pero lo hacemos. Y yo también lo hago.

Tengo altos y bajos. Épocas en las que apenas pienso en ello y épocas en las que ni lo recuerdo. También tengo épocas (más frecuentes) en las que me masturbo casi a diario y épocas, mejor dicho, días, en los que lo hago con absoluta devoción y casi exclusiva dedicación.

En el devenir de mi vida me he masturbado durante horas, días y semanas. Si uniéramos todo el tiempo que he dedicado a ello, saldrían varios meses, no más de seis, no menos de cinco. He mentido, y he aprendido a buscar el momento en que poder estar solo para hacerlo. He pasado noches sin dormir y días enteros descubriendo cosas nuevas, inventado juguetes, recuperando viejas ideas, buscando información, descargando películas, planificando mi vida para estar solo y dar rienda suelta a mi discreta afición, mi hobby, lo único que de verdad me hace sentir realizado y disfrutar de los momentos a priori confusos, aburridos, estresantes. Cualquier momento es bueno para desconectar.

No soy ni me siento un bicho raro. Quien no se masturbe que tire la primera piedra. Quien no sienta el sexo como algo capaz de movilizar personas, de levantar países, de declarar guerras, simplemente, miente. Con más o menos intensidad, todos, absolutamente todos, nos hemos masturbado y hemos hecho el amor, pues estas necesidades residen en la parte más profunda de nuestro cerebro, consciente o inconsciente, donde la utopía se convierte realidad. Yo llamo a un mundo libre, de paz y de libertad, de amor y masturbación, porque ésta te transporta a la única utopía posible: la tuya.

Mi mayor fantasía es la invisibilidad; mi mayor ambición, compartir mi vicio con personas del sexo opuesto. Compartir lo único que casi nadie comparte. Lo más íntimo y secreto. Lo que yo más quiero. Lo que solo yo digo. De hablar de ello.

No solo de porno vive el hombre, pero ayuda con sus pajas a la paz interior. Tengo docenas de horas de porno en mi ordenador. Desde hace años, vacío mis testículos con las mismas imágenes e, insatisfecho, sondeo la red por nuevas sensaciones, utilizando siempre las mismas claves de búsqueda: orgasmo femenino, eyaculación, jovencitas, masturbación… Mi espíritu onanista no se sacia consigo mismo: necesita ver a chicas haciendo lo mismo que yo. Sin testigos, sin tabúes, dándose placer intensamente, con sus dedos o sus juguetes, ensimismadas en su labor y, si es posible, corriéndose con pasión. No es fácil encontrar porno que cumpla con todo esto.

Hoy también me he masturbado. Lo he disfrutado como hacía tiempo que no lo sentía, pues la frecuencia es enemiga de la intensidad, y a veces hay q saber descansar, hacer pausas estratégicas para poder disfrutar de nuevo. Me tumbo en la ducha mientras el agua caliente moja mi cuerpo convirtiéndose en más placer del que puedo soportar, gota a gota, en áreas casi vírgenes de mi cuerpo, vírgenes porque se excitan con facilidad, cada contacto es como si fuera nuevo. Retozándome bajo el agua, enjabonando mi secreto. Respirando con dificultad, cambio de posición buscando la sensación que permita una corrida más intensa, mientras mi cuerpo entero tiembla en convulsiones cada vez más incontroladas. Me he dejado llevar y todo raciocinio es ya fruto del recuerdo. Agotado, de rodillas caigo sobre el suelo buscando la última bocanada de aire que el vapor es capaz de darme. Solo unos segundos después recupero la compostura y, aún con la piel sensible y sin fuerzas con las que sujetarme, termino lo que iba a ser una ducha rápida con objetivo relajante. Vaya si lo ha sido. Vestido de nuevo, salgo de la ducha como si nada hubiera pasado, saludo a mis compañeros, que hablan con unas amigas, y me siento a ver la tele con ellos. Esta noche me acostaré pronto y con la puerta cerrada, daré un último gusto a mi cuerpo.

Así es mi vida. No necesito más sexo pues me facilito el que quiero.

Si puedo, follaré, es obvio. Nada hay más reconfortante que tener la posibilidad clara y real de hacerlo. Yo la tengo, soy afortunado. Pero no soy monoteísta. La masturbación, por sí sola, me sacia; me gusta, me encanta; soy un seguidor fiel y declarado, defensor número uno de la causa; masturbación por la paz para todos.

Para la mayor parte de la sociedad, la masturbación es la oveja negra del sexo. Algo que se practica como último recurso, algo a evitar, digno de superar. No hay clubs de aficionados, no hay peñas de amigos, no hay una industria del cine o de la televisión. Apenas hay webs, relatos, vídeos, fotos… No hay una cultura. Es un mundo misterioso, oculto, íntimo, demasiado íntimo. Nunca se habla de ello.

¿No sería maravilloso masturbarnos mutuamente, mirándonos a los ojos? ¿No sería hermoso tener una ventanita por la que poder disfrutar del placer del otro? ¿No sería fantástico llegar a casa y encontrar a tu pareja haciéndolo en la cama?

Desearía que el mundo considerara a la masturbación como lo que realmente es, valiosa, autosuficiente, liberadora, el medio más efectivo de acabar con la alienación del hombre el opio del pueblo.

Sería un mundo libre, decidido, sin tabúes, un mundo donde el sexo sería algo más que eso, donde no hubiera secretos, un mundo donde masturbarse fuera libre, compartido, apasionado, casi unánime, donde se practicara con respeto.

Si todos y todas nos masturbáramos con frecuencia, si lo compartiéramos abiertamente, si existiera una industria dedicada, monográfica, una educación destinada a aprender a disfrutar de nosotros mismos mientras se deja disfrutar al prójimo, llegaríamos a vivir en un mundo sin guerras, sin violaciones, sin transgresiones, sin represiones ni frustraciones, más libre, más auténtico, un mundo donde el sexo no es la meta, sino el medio. Sé que solo es una utopía. Pero es mi utopía.

Porque masturbarse es genial. Cuando quiero ser feliz, solo tengo que hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario