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sábado, 14 de febrero de 2015

Las bragas usadas de mi suegra

Soy un chico de 33 y llevo casado desde hace un año y medio. Lo que cuento sucedió hace ya cuatro años, cuando era novio de la que hoy es mi mujer. Siempre he estado obsesionado con mi suegra. Ella es una mujer madura, que hoy tiene 65 años. Es de mediana estatura y regordeta, tetas normales pero con un culo enorme, desproporcionado. Lleva el cabello cortito y se cubre las canas con tinte cada dos por tres. Siempre que iba a buscar a mi novia a casa buscaba cualquier excusa para ir al lavabo y darme una buena paja oliendo las bragas sucias de Begoña, que es como se llama mi suegra. En el lavabo tiene una de esas cestas para la ropa sucia, rebuscaba allí y cuando las encontraba las olía, chupaba y me masturbaba como un poseso hasta que me corría con su olor en la nariz. No se cuantos días llevaba Begoña sus bragas puestas, pero su olor fuerte, sus manchas de flujo y sus pelitos enganchados eran un estímulo que me hacía sacar leche a borbotones. Luego, era morboso salir aun con su olor más íntimo en la nariz y hablar con ella, sabiendo que tenías algo de ella, que en cierta manera era tuya. Una tarde próxima a la nochebuena fui a buscar a mi novia como de costumbre. Me abrió la puerta Begoña y me dijo que mi novia había salido con su padre y su hermana a comprar para la cena de nochebuena, en la que venía familia de ellos. Me dispuse a esperar a mi novia en la habitación de mi cuñada, que tiene un ordenador y Begoña me comentó que aprovechaba para ducharse y que por favor, atendiera al teléfono en el salón, pues esperaba una llamada de su hermana para confirmar que venía a la cena. Le dije que sin problema. Mientras ella estaba en la ducha sonó el teléfono. Fui al salón a cogerlo y era su hermana. La llamé a gritos desde allí mismo y ella que ya estaba salió con un albornoz. Cogió el teléfono y se puso a hablar. Era mi oportunidad. Fui al lavabo y allí estaban sus bragas, como siempre. Las cogí, me baje mis pantalones y me senté en la taza del water. Me llevé sus bragas a la nariz y empecé a hacerme la paja. Estaba justo a punto de correrme cuando se abrió la puerta del lavabo. Idiota de mí! Con las prisas por pajearme no había puesto el seguro para que no abrieran desde fuera. Deduzco que ella terminó de hablar y pensó que yo había vuelto a la habitación con el ordenador. La imagen que se debió de llevar Begoña fue dantesca: yo sujetando con una mano sus bragas en mi nariz y con la otra dándome una monumental y compulsiva paja. Se me cortó la corrida y ella se quedó como unos segundos en la puerta con la cara roja como un tomate. Yo la miraba sin saber que hacer y ella me miraba a la cara y también miraba mi polla mojada de la baba que precede la corrida. Cerró la puerta y desapareció. Allí me quedé, sin saber que hacer. No seguí masturbándome. Me fumé un cigarrillo y estuve como unos 10 minutos pensando que excusa le daría; pero sobretodo, que no dijese nada a su hija, mi novia. Al final me armé de valor y salí. Me dirigí al salón donde supuse que estaba para empezar a implorar perdón cuando esta vez la sorpresa me la llevé yo. Estaba en el salón si. Echada sobre el sofá de una pieza y con el albornoz completamente abierto. Allí estaba Begoña espatarrada, con sus tetas normalitas algo caídas y de pezón claro, su vientre abultado, y sobretodo sus grandes muslos de celulitis que dejaban entrever el enorme culazo que se sostenía abajo. Me fijé en su coño, peludo pero normal, y con ligero pelo blanco en la parte de abajo, la que se acerca al culo. Me quedé de piedra. Ella se estaba masturbando con los ojos entrecerrados en mis narices. Hice ademán de acercarme y ella abrió los ojos y enérgicamente me hizo un gesto de que no. Me quedé mirándola, como se pasaba el dedo por toda la raja y suspiraba profundamente pero de manera suave. Me decidí. Me bajé los pantalones y los calzoncillos esta vez delante de ella y mi polla saltó como un resorte. Empecé a menearmanela mirándola. Ella seguía con su caricia y pude ver que miraba constantemente mi polla, que ante ese espectáculo estaba dura y rabiosa a más no poder. Empezó a acariciarse más rápido y de repente se detuvo unos segundos, volvió a hacerlo más rápido otra vez y con un ronquido sordo introdujo un dedo en su vagina y pude ver como mi suegra se empezaba a correr meneando ese culazo. Yo tampoco pude más, estaba a menos de un metro de ella, de pie y empecé a soltar toda la leche que tenía. Nuestros gemidos de orgasmos se confundieron, ella con su dedo removiéndose como poseída y yo sacando leche, que cayó en mi mano, en el suelo, y algunos disparos por su vientre y piernas. Se cerró el albornoz y con la mirada me dijo que me fuese. Me subí los pantalones y confuso y sin saber bien que hacer y que pasaría con mi novia me fui a la calle. Pero no pasó nada. No comentó nada a mi novia y durante los tres días que pasaron hasta la cena de nochebuena fui a recogerla una vez a casa y ella se comportó como siempre, tan correcta y cordial como puede ser una suegra. La cena se celebró y estuvo bien. Bebimos y celebramos esa noche y en un descuido Begoña me dijo que le gustaría hablar conmigo, que fuese a verla al día siguiente por la tarde, que su marido no estaba y sus hijas tampoco. Allí fui. Se excusó por lo que había pasado y me dijo sobretodo que no entendía lo que hacía yo con sus bragas. Yo le dije que también lo sentía, pero que ella me daba morbo, pero que estaba arrepentido y no volvería a pasar. Ella no entendía que veía un chico joven como yo en una vieja como ella. Le dije que no la sabía, pero que era superior a mí ese deseo. Reconoció que ella tampoco sabía porque se había empezado a masturbar sabiendo que yo estaba allí, que la vería. Reconocimos ambos que era morbo, curiosidad. Me dijo que cualquier mujer estaría orgullosa de que un joven hiciese lo que yo hacía con sus bragas y de acostarse conmigo, pero que ella era mi suegra, la madre de mi novia y que no podíamos hacerlo. Me la jugué. Le dije que entendido. Pero si me podía regalar por una sola vez la imagen de su culo a cuatro patas y sin bragas. Le dije que quería verlo, olerlo, chuparlo. Y lo hizo, se giro, se bajo el pantalón y se recostó en el sillón otra vez. Me acerqué, le baje las bragas, vi ese espléndido culazo para mi solo. Me saqué la polla y me puse de rodillas e introduje mi nariz y mi lengua en el. Chupe todo lo que pude mientras yo también me pajeaba. Le chupe el ojo del culo, oscuro y sin pelos, el coño, que asomaba entre los muslazos de Begoña como una mancha negra peluda. Ella gemía fuertemente esta vez y yo no daba abasto a tanta carne. Ella se corrió así, en esa postura, en toda mi boca. Y yo como la otra vez en mi mano. Nos lavamos juntos en el lavabo. Era consciente de que nada de esto volvería a pasar nunca más, pero era un recuerdo que me llevaba de por vida. Me casé con su hija, mi matrimonio va bien, y las relaciones con mi suegra son perfectas, aunque ambos sabemos que tenemos un secreto. Y yo un secreto y un recuerdo de su sabor en mi boca.


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