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viernes, 20 de marzo de 2015

Mi inolvidable primera masturbación

Actualmente ya soy adulto, con una vida sexual placentera, pero no siempre fue así, por lo que hoy quiero contarles como fue mi primera vez, pero no con una mujer sino mi descubrimiento al sexo y a los placeres sexuales. Me inscribieron en una escuela primaria adaptada en un viejo cuartel militar a las orillas de la ciudad y cuya característica principal era que asistían a ella adolescentes de hasta 15 o 16 años. Yo provenía de una escuelita particular y me llamaba la atención que la mayoría de mis compañeros fueran mayores que el promedio de los que cursan el sexto año. Recuerdo que mis compañeros mayores solían reunirse en un salón de clase desocupado cuando no estaba el maestro o estaba en junta, y gustaban de mostrar sus vergas y acariciarlas hasta que alcanzaban toda su extensión. Jugaban a apostar quien eyacularía más lejos o quien lo haría de forma más abundante. Justo es decir que después de la breve fricción de sus miembros, al final a todos les corrían ríos de leche que estrellaban contra las bancas o la pared (yo nunca había visto eyacular a nadie) y no puedo negar que me excitaba verlos explotar de esa manera y por supuesto que yo también tenía erecciones, pero cómo atreverme a sacar mi verguita ante esos tremendos ejemplares, tan distantes de mi aún poco desarrollada verguita. Desde que los observé por primera vez, aunque no fuera la única me calentaba enormemente recordar como hacían crecer sus vergas, con sus capullos rojos y a punto de estallar. Yo miraba mi pene y soñaba con verlo en todo su esplendor y explotando como ellos lo hacían. A partir de entonces comencé a pensar mucha más obsesivamente en el sexo y en masturbarme tempranamente. Me miraba mi pene todo los días y me hubiera gustado apresurar su crecimiento y asemejarme a esas enormes vergas que había yo visto, pues aunque siempre la he tenido gruesa, en ese momento no podía yo competir con ninguno de ellos. Desde aquellos momentos en los que los ví como se masturbaban, me obsesioné con hacérmela y ver correr los chorros de leche por mi pene, cosa que no podía ser en ese momento porque hasta mi prepucio permanecía pegado al glande, lo cual se traducía en dolor cuando se ponía erecto.

Ya para ese entonces mi verga permanecía empalmada en todo momento, cuando jugaba fútbol, cuando me bañaba, antes de dormirme. Y cuando esto sucedía, imitando a mis compañeros me la frotaba sin tanto vigor, pero cada vez más rápidamente obtenía respuesta. Aprendí a detenerme cuando sentí que venía la eyaculación inminente, acariciándolo con suavidad una y otra vez. Sin embargo, a pesar de sucesivos intentos no sabía hasta donde debía llegar o como realmente era un orgasmo o una eyaculación. Y es que cuando me frotaba la verga, sin terminar, me escurrían, ya no unas gotas de un líquido transparente, sino unos verdaderos chorros propiamente, o dicho de otra manera andaba yo babeando todo el tiempo y almidonando mis calzones o las sábanas. Un día que me estaba bañando, y acariciándome bien rico, sentí una sensación diferente, como una electricidad suave que me corría, ya no en el pene sino en mis piernas, espalda y un adormecimiento combinado con pequeños escalofríos en todo el cuerpo. Además mientras más me acariciaba subiendo y bajando el prepucio dicha sensación iba subiendo de tono, hasta volverse casi insoportable, como si fuera yo a estallar. Cómo yo no sabía que iba a pasar, sentí miedo y me acordé de la catequista que decía que esos tocamientos lo podían a uno volver loco, por lo que no me atreví a terminar. Para entonces el sexo y la excitación invadían mi vida y mis momentos libres. Recuerdo que un día regresando de jugar en el parque, el simple roce del pantalón al caminar me produjeron un cosquilleo bien cachondo similar al de la ocasión en que me masturbaba, la cual mientras más rozaban mis genitales al caminar, incrementaba esa sensación que se distribuía en todo mi cuerpo y que sin duda era el anuncio de la inminente eyaculación. Me excitaba a todas horas, en la escuela, en la calle, en mi casa. Mis vecinas que antes no me llamaban la atención ahora me hacían permanecer tras la ventana lo cual al excitarme me remitía invariablemente a acariciar mi verga y a sentir esos toquecitos eléctricos y sensaciones bien lindas. Una de mis tías que vivía cerca de mi casa y cuyo hijo iba en el mismo grupo en la escuela, poseedora de unas piernas lindas y bien torneadas, solía caminar rumbo a la tienda que estaba enfrente y yo la desnudaba con mi vista y casi imaginaba sus hermosas piernas y su trasero no menos bello, descansar sobre mi pene ansioso de penetrarla. También había una vecina que acostumbraba visitar a su abuelita durante las vacaciones, solía caminar “partiendo plaza”, con un vestido corto y ligero que se adhería a su cuerpo y que dejaba ver una figura esbelta y bien cachonda, me provocaba erecciones fuertes y ya la imaginaba yo dibujándola con mis dedos por debajo del vestido y penetrándola toda, no sin antes darle una buena cachondeada. Por supuesto todas esas tentaciones me hacían terminar finalmente en una rica masturbada. Ya para entonces el problema de la fimosis (prepucio pegado a la cabeza) ya se había resuelto cuando un buen día lo despegué por mi cuenta, provocándome un intenso dolor y un pequeño sangrado, por lo tanto continué con mi intento de terminar de masturbarme, pero la sensación era tan intensa que sentía que no iba a poder aguantar tanto placer. Comencé por coleccionar periódicos y revistas con mujeres semidesnudas o en bikini que me excitaban terriblemente y un poco después compré de segunda mano revistas como “caballero”, “yo” y el mismo Playboy cuyas modelos comenzaron a ser la promesa de sendas masturbaciones. Las cuales imaginaba yo disparando chorros de leche sobre sus tetas enormes o sobre cuerpos perfectos. Por fin un día por la noche cuando me bañaba, teniendo a mi lado recortes de revistas de mujeres impresionantemente bellas que me calentaban a mil, comencé a enjabonarme subiendo y bajando el prepucio como otras veces, pero esta vez, ya no fue posible aguantarme y en una de esas frotadas sobre mi pene, sentí como si ascendiera al cielo, como que flotaba y al mismo tiempo que se me erizaba la piel de mi espalda y brazos, acompañado de un leve escalofrío en mis glúteos. Además en ligero temblor en todo el cuerpo y una sensación indescriptible, mitad cosquilleo y mitad adormecimiento que fue creciendo lentamente hasta explotar en una sensación nunca antes sentida de placer en mi pene que provocó la salida retenida de chorros de un líquido gris blanquecino, con pequeños grumos gelatinosos que seguramente no han de haber sido semen porque a los diez u once años aún creo que se produzcan, pero igualmente inundaron la tina, confundidos con mi inocencia perdida. Con esa explosión me sobrevino una liberación y una calma que hizo que todo se pusiera en paz, aunque no por mucho tiempo porque al día siguiente lo volví a hacer y de ahí en adelante. Desde entonces me volví un chaquetero (así decimos en mi país) adicto. Me hacía chaquetas todos los días y a toda hora. Sólo buscaba un pretexto para estar sólo y ya sea en el baño o en mi cama me la hacía una tras otra (a veces tres seguidas eyaculando sin parar) y aún así no me sentía satisfecho). Me las hice con un bistec, con un plátano perforado, y con todas las formas posibles. En una ocasión hubo un incendio en la madrugada y todos los vecinos y la familia despertaron y yo medio somnoliento ví entre la penumbra el cuerpo de mi hermana que había salido de su cuarto espantada. Justo es decir que poseía unas piernas muy hermosas y bien torneadas, una cintura esbelta y unas nalguitas de concurso bien redondeaditas, yo nunca la había visto desnuda pero sabía que se había puesto muy atractiva y en esta ocasión estaba ante mi sin más ropa que un fondo que translucía por su transparencia una diminuta pantaleta que la hacía ver muy hermosa, lo cual me excitó mucho, por lo que sólo esperé a que cesara el barullo para masturbarme un par de veces en su honor. Desde entonces mi adicción por la paja nunca terminó aún después de tener sexo con mujeres, con las cuales también era yo insaciable.

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